lunes, 5 de mayo de 2008

La hembra alfa

No sé si antes había planteado que de nada sirve ser una señorita bien para poder ganarnos el corazón de aquel hombre que queremos con toda nuestra alma, en el fondo esto de que a una le gusten los niños, la cocina y hasta el aseo (no siempre es el caso), no es suficiente, e incluso puede pasar por inadvertido, por que a pesar de que los hombres son una especie evolucionada, entiéndase en esta frase como “seres racionales”, no dejan de ser lo que son, ANIMALES. Solo me basta con mirar alrededor y recoger una que otra experiencia para una vez más comprobar que estos se irán tras aquella mujer, para que suene más elegante, que tiene menos inhibición a la hora de entregarse en todo lo que implica ser el cortejo y el acto reproductivo, y por supuesto, tampoco le interesará la cantidad de hombres caídos en batalla (o sea son warriors, van realmente a todas, y en la mayoría de los casos tienen gran conocimiento de posiciones o técnicas para la copulación y hasta a veces puede encontrarse comprometida o con una relación algo estable, pero claro está que este pobre muchacho ya ni siquiera es una especie de venado, sino que de puercoespín), así es, como las cosas han cambiado tanto, las consecuencias del calentamiento global también pueden verse reflejadas en el reino animal, ahora, el macho alfa es algo retrógrado, ha quedado atrás, la delantera la tiene hoy la hembra alfa, lejos, aquella maraca que odiamos con todas nuestras fuerzas por que lo más probable es que nuestro famoso princesillo azul ya haya caído en sus redes y lo traiga arrastrando del labio inferior, y no es que solo sea envidia, es que ha dañado nuestra parte más vulnerable, por que nosotras como mujeres dignas podemos ser muy fuertes, arriesgadas, inteligentes, etc., pero cuando se trata de hombres (y hayan sentimientos reales involucrados), no hay nada que sea más débil que nosotras. Sin embargo, y espero que sea así solo en esta ocasión, esta característica también la compartimos con nuestra mascota favorita, ¿quien no ha caído en el error de que aquellos hombres excepción a la regla, es decir más buenos que el yogurt, los desechamos?, y es que nos gusta ir tras el peor, tras ese que nos hará sufrir y no nos dejará dormir tranquilas, una especie de misterioso masoquismo sentimental que padece la especie humana, Dios nos libre y nos favorezca.

¿Para casarse o para acostarse?; ser o no ser, he ahí el dilema.

Es muy cierto de que para los hombres existen aquellas mujeres para casarse y otras para acostarse, pero alguna vez, ¿se han puesto pensar cual de estas posiciones es la más favorable? En el caso de ser de estas mujeres para casarse, está bien, no nos quedaríamos solteronas, pero viviríamos gorreadas, intranquilas, revisando las huellas que ha dejado la otra en la ropita que nosotras le lavamos a nuestro esposo, nerviosas, estresadas, en fin; en cambio, al ser del otro tipo, tendríamos sexo seguro, hasta más regalos que la cuernudita de la esposa (sean perfumes, ropa, zapatos, carteras), nos invitarían a salir y etc., pero terminaríamos solas, tristes y con una profunda depresión, por que aquel del cual nos enamoramos, nunca nos tomó enserio y prefirió a su esposa e hijos. Claro está que ese matrimonio no será igual, pero independiente de eso, es mejor dejar esto al libre albedrío, recuerden que en la actualidad matrimonio es una palabra desechable e incluso, alejado de la realidad.

Ayer

No está demás decir que no fue un gran día, pero para bajarle el perfil diré más bien que fue distinto.
Cuando tomé la micro, absolutamente en otra, abstraída completamente en mis problemas como cada cual, en ese instinto de buscar un asiento, me encontré con esa mirada que ya creía olvidada, estaba en los asientos del final, obviamente se detuvo en mi, pero la lejanía también fue parte de lo obvio. Para evitar esas preguntas de protocolo, que como estás, que qué estás haciendo, preferí sentarme en el asiento de adelante y solo me limité a dirigirle una sonrisa, pero la que me devolvió me trajo muchos recuerdos.

Yo creo que aquel tiempo en que la distancia no existía entre nosotros, cuando nuestros ojos se cruzaban torpemente para desviar luego la mirada en otra dirección, cuando en nuestros constantes abrazos se escondía aquel algo más que cada cual asumía pero ninguno iba a hacer palabra, fue la vez en que más cercana estuve al amor, y no es una afirmación que estoy tirando al aire así como así, es toda una conclusión. Creo que ya hablé de los caprichos, que en general han sido todas estas últimas experiencias nacientes de la famosa frasecita “un clavo saca a otro”, o “mala cueva dijo el conejo y se cambió de hoyo”, en que una como mujer, por naturaleza, no podrá ser como ese papazote, seductor insensible y olvidarte de todos aquellos distractores, al final una termina queriendo a todos sus clavos o encariñándose de todos aquellos hoyos que se dejaban para cambiarlo por uno nuevo, y es aquí, donde encontré la gran diferencia, con todos estos susodichos, no me llamaron la atención en lo absoluto, incluso más que esto, en la mayoría de los casos la primera impresión era desfavorable, que tenían gustos diferentes a mi, ambos en nada compatibles, hasta a veces en nada atractivos, claro, muy subjetivamente, tampoco he de negar lo que me queda de superficialidad, resultando ser cada uno de estos algo obsesivo, donde para sacármelos de la cabeza simplemente era necesario otro clavo, o alguno que otro soltero (no siempre) nocturno no catete, que no pidiera mail, ni teléfono y cosas ya conocidas de esta índole.
Con él fue todo diferente, completamente alejado de todo lo que acabo de mencionar, talvez no fue a primera vista, pero la química de seguro fue inmediata, y hasta como cliché en estos casos, una situación inesperada, un trabajo juntos, de las primeras clases mechonas, que ahora solo pasa a ser como una nostalgia en polvo, pero a pesar de eso, siempre es grato recordar aquellos tiempos en que nuestro corazón era más ingenuo y solo se limitaba a sentir, sin juzgar muchas razones.

Capricho

Hoy es lunes, y Valparaíso me ha inundado de su nostalgia seca.

Caminar por la calle Victoria de seguro ya no es lo mismo que cuando recién llegué a esta ciudad, como quien dice mucha agua ha pasado bajo el puente de ahí a este tiempo. Antes, caminar por victoria era una forma de escaparme de ciertos problemas distrayéndome con sus tiendas comerciales, y una que otra curiosidad, hoy tiene otro sentido, mis preocupaciones han cambiado, como todo en mi constantemente.
Siempre tengo excusas para pasar por Victoria, pero no sería lo mismo sino doblara obligadamente por Juana Ross, con la eterna e inocente esperanza de que pudiera asomarse por el balcón, o casualmente ir saliendo o llegando cuando justamente yo pasara por aquella esquina, a pesar de estar absolutamente convencida de que eso no ocurrirá.
Estoy cagada, pero no me queda completamente claro cuan verdad es, si en verdad estoy cagada por que de verdad me gusta o solo es uno de los tantos caprichos que he tenido en mi vida, eso sí, es obvio que no es como el batido de dunkin donuts, el sushi que me comí el otro día, o como el helado del bravísimo con baño de chocolate y crema chantilly, va más allá de mi obstinación; yo creo que la supera.

Definitivamente el amor no es mi tema fuerte, huyo de él como esas bestias a punto de ser cazadas, sí, como bestia, en eso me he convertido solo por huir de ese sentimiento profundo, de verte atado a una persona, pero hace poco leí una frase que me impactó, tal vez estaba escrita para mi, “¿Por qué uno siempre huye de lo que más desea?”, y es aquí cuando vengo a odiar con un rencor paupérrimo que sea tan cierto eso de que se da vuelta la tortilla, por que tuve la respuesta ante mis ojos y me hice la ciega, porque mis oídos la vieron venir y la cayó una palabra que en su momento fue acertada, tal vez en esas palabras se encontraba lo que más quería, y ahora no me queda otra que esperar a que la tortilla se de vuelta otra vez, si es que llega a suceder, o lo otro más sano es simplemente esperar, a que como tantos sentimientos de este tipo, se olvide lenta e inesperadamente en el baúl de los caprichos no realizados.